sábado, 22 de octubre de 2011

Seis

Quizás esta corra el peligro de ser otra de esas  empalagosas cartas de amor. Puede que después de leerla uno deba salir corriendo a hacerse algún análisis para comprobar su nivel de azúcar. 

Quién sabe, el encuentro entre mi ñoñería habitual y el peculiar estado de ánimo en el que habita mi espíritu es capaz de perpetrar algo tenebrosamente pasteloso, el equivalente literario a cruzar un oso amoroso con Hello Kitty.

Pero me apetece. Es como entrar en una habitación blindada, y encontrar frente a ti un panel con un enorme botón rojo rodeado por carteles de “No pulsar” en diez idiomas. Que alguien sea capaz de negar que, aunque sea en lo más recóndito de su mente, no pasa por su cabeza por un segundo la idea de tocarlo.
Pues yo he decidido pulsarlo. Y si queréis libraros de la previsible y dulce explosión, mejor que abandonéis aquí la lectura.

El eco con el que son devueltas mis palabras deja claro que me encuentro de nuevo solo. Casi mejor así. Esto es algo en lo que nadie puede ayudarme, a lo más darme cierto apoyo moral antes de retirarse en busca de un refugio  seguro.

Intentar expresar a través de unas líneas en negro lo que una persona ha podido significar para otra es uno de esos retos que de tan repetidos parecen casi inútiles. Alguien racional y equilibrado podría pensar que ya está todo dicho. Que no merece la pena cargar al mundo con más folios llenos de babosa prosa de color rosa. Que mejor busque en alguna biblioteca un buen libro  y copie de allí las palabras que un verdadero escritor dejó sobre el tema.  Y puede que tengan razón, a su manera.

Pero uno, aunque no lo parezca, es rebelde en ciertos temas. Y el creer que mis sentimientos, por muy parecidos que puedan ser a los que han afectado a otros millones de seres a lo largo de la historia de la humanidad son únicos, es uno de ellos. Seré individualista, pero igual que nadie puede vivir mi vida, nadie puede sentir mis pasiones.
Así que a pesar de que lo ideal sería dejar en manos de auténticos expertos la expresión de las mismas, prefiero ocuparme personalmente del  asunto.  Chúpate esa, Chespir.

Lo malo, claro, es que uno no sabe demasiado bien que decir.  Es fácil escribir sobre  lo agradable de darse un refrescante baño en una playa de aguas cristalinas en mitad del verano. Pero que alguien que nunca disfrutó de ese placer sea capaz de sentir lo que realmente implica dicho acto a través de una lectura es otra cosa, un desafío imposible para la mayoría de las plumas.

Y  cuando uno tampoco comprende lo que le sucede, mas allá de estar envuelto en un permanente remolino de sensaciones opuestas, la dificultad de la empresa aumenta.
Quizás…quizás debería abandonar, despedirme antes de defraudar a la audiencia. O tal vez…

Podría intentar simplificar las cosas, reducirlo a lo esencial.

Mirar tus ojos, por ejemplo. Intentar descubrir lo que hay detrás de esas cortinas verdes. Lograr ponerte nerviosa mientras mantengo la mirada centrada en ti. Enamorarme de nuevo cada vez que admiro tu rostro de mil matices, recorrer con mis dedos tus mejillas, acercar mis labios a los tuyos.

 Y besarte. 

Y descubrir que como siempre, cada vez es distinto. Que no me canso de saborear tu boca. Y no sé si lo hare nunca.

O comprobar que cada vez que voy a verte sigo sintiendo un nudo en el estomago, que no se deshace hasta que abres la puerta y te veo. Que me siguen dando calambres cada vez que tu mano roza mi piel, que mi cuerpo continua temblando al ritmo de tus caricias. Que cada día que paso sin verte lo paso pensando en ti, que tu voz me sigue sonando a música, que incluso añoro esa manera especial que tienes de calentarte la cabeza con bobadas o tu peculiar sentido del humor…

Es paradójico que al tiempo que me has liberado de cien traumas hayas logrado encadenarme con tu encanto, pero uno sabe que los eslabones que me atan no son de acero, y que si siguen manteniéndome sujeto es mas por mi voluntad que por tu deseo.

El tiempo ha pasado desde aquella noche de abril. Pero ya no pasa como antes. No es un simple transcurrir sin más propósito de que la vida avance. Ahora cada segundo tiene un significado especial, porque es un tiempo compartido. 

No sé, sigo sin dar con la clave para definir lo que significas para mí. Pienso por un momento que debería darte las gracias, cubrirte de rosas y envolverte en joyas. Pero en el siguiente segundo preferiría desvestirte, para volver a disfrutar de ese cuerpo de Diosa al que adoro. 

No, realmente no soy capaz de describir lo que siento, ni de enlazar con coherencia lo que tu presencia provoca en mis sentidos. Pero al menos, se una cosa. 

Que aunque siga teniendo miedo al futuro, estoy deseando que llegue.

Porque espero que sigas allí, conmigo.


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