sábado, 9 de julio de 2011

Cuando se fueron las estrellas

En algún momento, casi sin darnos cuenta, perdimos las estrellas.

Vivíamos tan pendientes del último avance, de iluminar nuestras vidas y nuestras noches, que dejamos de alzar los ojos al cielo. Y mientras, ellas se habían ido.

Ahora es inútil buscarlas allá arriba, nuestras luces apagan su brillo y permanecen invisibles a nuestras miradas, espectros de un firmamento cada vez más oscuro.

Y con ellas, desapareció la magia...


Los prismáticos, catalejos y telescopios han ampliado nuestra visión, al tiempo que han cegado nuestros ojos. Nunca volveremos a necesitar a alguien con ojos de halcón, mientras tengamos aparatos con cien aumentos.

Somos más, pero menos nosotros, una especie de rareza biónica, decadentes seres elevados por la técnica al olimpo, dioses falsos, tan mortales como siempre, pero siempre queriendo alcanzar la inmortalidad.

Perdimos los misterios, ahora todos pueden ver Alcor...

Antaño, cuando el mundo era más joven y la vida más dura, cuando buscábamos el paraíso en el más allá y el cielo estaba lleno de promesas, se necesitaban individuos singulares, capaces de alcanzar a distinguir con su penetrante mirada imágenes ocultas para la gente común. Vigías, oteadores…fuese cual fuese el nombre que tomaran, de lo certero de su visión dependía muchas veces la vida o la muerte de quienes en ellos confiaban.

Y era en la noche estrellada donde los aspirantes se sometían a la gran prueba.

En un punto de la bóveda celeste, en la cola de la Osa mayor, una estrella brilla solitaria.

Hacia ella dirigían sus pupilas los guerreros.

-¿Qué veis? Les preguntaban. – Una estrella-, respondía la mayoría.

Pero algunos de ellos decían: “No, no hay una sino dos”. Y así era como la solitaria Mizar descubría su secreto a los elegidos, pues Alcor estaba junto a ella, invisible para casi todos.

Alcor...el fantasma estelar que tantas leyendas creó. Para los japoneses verla implicaba morir antes del fin del año. Para los árabes, ocupaba el último lugar de la jerarquía celeste. Vidit Alcor, at non lunam plenam, decían otros, ver Alcor pero no la luna llena, obsesionarse con los pequeños detalles pero ser incapaz de comprender lo esencial.

Los mitos van desapareciendo, nunca habrá más dos estrellas que ver, puesto que los astrónomos, con sus gigantescos instrumentos, nos han despejado la ilusión. Donde unos veían una y otros dos, hasta cinco estrellas parpadean en la realidad.

Algunos, soberbios, creen que somos mejores que los hombres del pasado. Cierto, hemos adaptado el medio a nosotros, en lugar de adaptarnos al medio. Como especie, somos sin duda mas grandes, pero… ¿de verdad lo somos como individuos? Creemos saberlo todo, pero cualquiera de nosotros, abandonados a su suerte en mitad de la selva, moriría sin remedio allá donde otros pueblos mas “salvajes” moran su vida entera. Y trasladados al remoto pasado, ¿Cómo responderían a un mundo sin maquinas, electricidad o medicinas? ¿Acaso nos la fabricaríamos nosotros mismos? Creemos que somos gigantes, pero solo estamos agarrados a las barbas de uno de ellos.

Hemos avanzado. Debemos alegrarnos de ello, vivimos mas, vivimos mejor. Pero tal vez, de cuando en cuando, convendría perdernos en mitad de las montañas, y pasear a oscuras, bajo el manto estrellado de la noche, para volver a ser un poco ese animal erguido y parloteante que fuimos, que somos.

Y entonces, puede que volvamos a ganarnos el cielo.

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