martes, 21 de junio de 2011

La orgía

Discúlpenme si no les digo mi nombre. Entenderán que en una sociedad aun tan escasamente liberada en lo sexual como la nuestra, que me relacionen con este tipo de practicas poco “corrientes” no seria lo mejor para mi carrera. Prefiero pues mantener el anonimato, protegiendo mi reputación de persona de orden…

Sin embargo, lo que a continuación les contaré, es el relato fidedigno de lo sucedido en la noche de un viernes de invierno en la remota casa de campo de un lugar olvidado y olvidable.

No se lleven una falsa imagen de mí. Uno no es demasiado entusiasta del exotismo erótico. Cierto, he hecho mis pinitos, en parejas, tríos y una ocasional doble pareja (y no, no hablo de Poker, aunque alguna escalera hubo de por medio en cierta ocasión...).

Pero fue la casualidad la que me llevó a aquel paraje escondido. La casualidad y mi amigo Alberto, que decidió ofrecerme un regalo de cumpleaños muy diferente…

No se crean. El asunto de las orgías esta muy mitificado. Tanto cine porno no ayudó demasiado a mantener ese trozo del cerebro masculino dedicado al sexo (que no debe ir más allá del 95%, por mucho que digan), dentro de los límites de la realidad. Seamos serios. En el mundo en donde nos movemos, la gente normal tiene panza, los pechos grandes están caídos, y las jóvenes exuberantes no pierden el tiempo tonteando con señores de edad, menos si se llaman Silvio. Así que lo que nos encontramos por allí estaba más cerca del bingo de los sábados de cualquier casino de pueblo que de la mansión Playboy.

Mucho señor de pelo en pecho (el que les faltaba en la cabeza), mucha señora tintada con master en Telecinco y una abundancia general de carne que hablaba de ríos de cerveza y un excesivo amor por el cerdo.

El asunto es complicado. Acostumbrados a esas coreografías de gráciles cuerpos desnudos de tantos filmes de culto (de culto entre los amantes del cinco contra uno), no nos hacemos a la idea de lo complicado que es ajustar el ritmo de una docena de personas desconocidas entre si y con escaso desarrollo atlético, sin que aquello parezca un puzzle de embutidos. Y todo eso sin meternos en el asunto de las reglas.

Porque allí los conceptos no estaban demasiado claros, y había algunos a los que les daba igual carne que pescado.

Así que hubo que formar una improvisada asamblea donde entre ciertas tiranteces y referencias cinéfilas de alguno (“la revolución no entra por el culo"), se atajó el intento de abrir nuevas vías…

Ya metidos en faena, surgió el siguiente problema. Y es que si, hacer el amor salvajemente en el suelo puede parecer muy excitante, pero teniendo ya una edad los riñones no tardan en quejarse y los músculos piden a gritos un lugar más blando donde desarrollar su actividad. Y es que hay mucho insolidario, de esos que agarraban un sofá y de ahí no los movía ni la guardia civil.

Por otra parte, uno, que es un caballero, ve algo precipitado el conocer bíblicamente a otra persona sin al menos una escueta presentación. Lamentablemente, eso parece romper el ritmo. Así que tras el tercer “jo tío, que me cortas el rollo”, me resigne a introducirme en faena sin el consabido intercambio de tarjetas…

Todo se desarrollaba pues de aquella manera, con poco espacio, escasa conversación y cierto trajín, cuando se fue la luz.

Bueno, me dije, para lo que hay que ver, lo mismo es hacerlo a oscuras. No caí en ese momento en la cuenta de que en la penumbra un agujero es un agujero, y de que algunos de los opositores a las barreras arancelarias intentarían aprovechar la coyuntura para borrar ceros de su cuenta.

Y así, mientras tenia la boca ocupada en un agradable intercambio lingüístico con una Choni a la que no le abandonó el chicle de su boca en toda la velada, note una actividad no permitida en donde la espalda pierde su casto nombre. Si estuviéramos hablando de Rugby, aquello se había convertido en una melee con introducción trasera. Y aunque con rapidez contuve la invasión antes de que me hicieran ciudadano del país del sol naciente, el daño ya estaba hecho en parte. Fue un error, me dijeron. Si, si que lo fue, me dije al día siguiente, cuando tenia la sensación de que mi caminar había adquirido el aspecto de el de un cowboy cabalgando por la pradera…sin el caballo debajo.

En resumen, el asunto del sexo en grupo estará muy bien teóricamente, pero uno es partidario de la calidad por encima de la cantidad, y como con los pechos, dos es la cantidad perfecta, más es vicio…

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