sábado, 23 de octubre de 2010

La barrera

Entre ellos se alzaba una barrera invisible, no por intangible menos real. Les separaba, imposibilitando su acercamiento, el contacto directo, ese sutil toque en la piel que equivale en las relaciones entre hombres y mujeres a la deriva de los continentes.

Sentía que la presencia del muro era responsabilidad propia, y también que con una sola palabra podría abatirlo, pero… ¿Qué palabra era, y cual había sido su delito? ¿ merecía tal castigo?

La miró. Como ausente, ella esperaba. A quien o que no lo sabia, pues su mirada se perdía en el vacío.

Frío.

Una sensación glacial rezumaba de su cuerpo. Y entonces, surgió la duda.

¿Debía intentar derribar la transparente muralla? ¿Quería ella que fuera destruida? ¿Y si no era el el causante de la misma, sino que ella era quien la había levantado como defensa para evitar su conquista? ¿Era hora de cesar en su acometida, levantar el sitio, arriar las banderas y emprender la retirada? ¿Era lícito continuar en su empeño?

Conocía la respuesta, para su desgracia, pero hubiera deseado tener una señal. Aunque… ¿No era la ausencia de señales una señal en si misma?

Notó otra sensación surgir de la nada, creciendo poco a poco, hasta abarcar todo. La duda dio paso a la tristeza, una tristeza apagada y silenciosa, pero no por ello menos dolorosa.

Cuando se pierde algo que no se ha llegado a ganar y no se conoce el motivo, casi duele mas (casi) no encontrar la explicación que el hecho del fracaso.

La volvió a mirar. Quería acercarse, abrazarla, intentar fundir con su cuerpo el hielo de su rostro, revivir sus mejillas, calentar su corazón. En su mente repetía la escena una y otra vez, pero…

Como en las películas, aquello era solo ficción. La línea que separa el coraje del sinsentido era muy tenue. Lo que el podía entender como valor, persistencia, podía no ser mas que una insistencia cansina e inútil. Había que saber cuando parar…lo que hubiera dado por conocer cuando era cuando había que hacerlo.

De repente, saliendo de sus ensueños, se dio cuenta de que una niebla espesa había comenzado a levantarse, engullendo en su seno el paisaje, y a ella.

Impotente, asistió a la paulatina desaparición de su… ¿amada?, tras el blanco manto.

Por un instante, antes del adiós final, se le antojó ver como giraba su rostro enmarcado por la negra cabellera y le miraba fijamente, a el, solo a el.

Y mientras la imagen se fundía en blanco, aun creyó atisbar el brillo de su mirada, la última luz del último faro antes del fin.

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