lunes, 6 de septiembre de 2010

Del turismo en Kalifistan

Ezbed contempló las vistas desde Kartayena, una vez más.

Para alguien no versado en el idioma de los nómadas de Kalifistan(lo cual engloba a toda la humanidad menos tres personas, que son los únicos que lo hablan...bueno, solo dos lo hablan, el otro es mudo), el nombre del lugar podía tener resonancias exóticas. Pero para los nómadas, algo menos románticos (para entendernos, en su vida el romanticismo tiene la misma cabida que un ventilador en el polo norte), el nombre indicaba simplemente lo que opinaban del paraje.

Traducido de manera literaria vendría a ser: “el lugar hundido y solitario en las profundidades del desierto de brillante arena donde los dioses no moran”(si lo prefieren literalmente: “agujero de estiercol en mitad de la nada lleno de polvo donde no vive ni dios”, ya decimos que los nómadas Kalifistanies no están demasiado dotados para las metáforas).

Y poco mas se puede comentar del lugar, al menos que intentemos ir un poco mas allá de las metáforas y caigamos en la mentira mas abyecta.

Ahora si, podríamos preguntarnos por que allí, en mitad de la nada mas solitaria, en una depresión minúscula que impedía ver mas allá de la pared del acantilado(eso si no soplaba una de las tormentas de arenas típicas de la zona, que reducía la visión a unos centímetros de los parpados, si uno era lo suficientemente estupido para estar en el exterior y con los ojos abiertos cuando tenían lugar), donde el calor mas horroroso del mediodía solo era igualado por el helado relente de la madrugada, y donde los únicos seres vivos, aparte de los soldados, consistían en cuatro lagartos enloquecidos por la insolación, si, seria lícito preguntarse por que allí existía un puesto de vigilancia donde hacían guardia varios esforzados guerreros del ejercito de su majestad(entre ellos Ezbed, el contemplativo ser del principio de este relato).

En realidad todo tiene su lógica, y todo se debe a esa palabra mágica que tanto furor hace actualmente, turismo.

Hace tres generaciones, cuando el buen y anciano sultán Nikolai perseguía a tiernas jovencitas campesinas de rollizas carnes y sonrojadas mejillas, un avispado visir, cuyo nombre es aun recordado(siento decir que no con cariño y devoción como se merecería, sino en términos mas zoológicos, generalmente unido a la rica fauna del desierto, léase escorpiones, chacales, hienas y escarabajos) por los afortunados soldados destinados en Kartayena, decidió que había que dinamizar las estructuras macroeconómicas del país, aprovechar la coyuntura francamente positiva de la balanza de pagos y lo ventajoso del cambio de divisas (lo cual quería decir que con lo que en Kalifistan podías alimentar a una familia en un día en el exterior te daban un par de pañuelos de papel) y atraer con sus ricos y variados paisajes naturales (Aprovecho para comentar que Kalifistan se componía en 9/10 partes de su territorio de un desierto llenos de rocas y dunas, en una llanura donde la mayor elevación apenas tenia la altura de un hombre) a mas extranjeros que hasta ahora(que básicamente hasta entonces se componían de dos clases de personas, cautivos convertidos en esclavos tras ser capturados por los piratas, principal industria local , o ejércitos conquistadores de paso hacia algún lugar mas interesante, o sea, cualquier otro).

Así que, emprendedor como era, mandó a los sabios mas sabios del país a recorrerlo de parte a parte, buscando maravillas que mostrar a los forasteros, que sin duda vendrían en masa, como moscas atraídas por la miel... Daud, que así se llamaba el Visir, aguardó pacientemente en su modesto palacio de cien habitaciones, apenas entretenido por los lamentos de los condenados mientras eran despellejados, o los aullidos de los empalados en su agonía, o el siseo mortal del hacha del verdugo (sin duda en cuanto a modos de torturar y ejecutar, Kafilistan era el lugar mas variado del mundo) en su descenso final hacia el cuello de su victima.

Tras un mes de espera, ninguno de los sabios había regresado. El visir, preocupado, hizo indagaciones sobre su paradero (lo cual equivale a decir que movilizó a cientos de sus secuaces mientras el seguía, melancólicamente, escuchando los melodiosos estertores de los torturados).

Los resultados de las pesquisas le causaron ciertas dudas sobre el futuro de su plan. De los diez sabios que envió, cuatro habían sido asesinados para robarles(el que mas lejos consiguió llegar antes de tal percance apenas se había alejado a un día a caballo de la ciudad, y dos de ellos ni siquiera habían salido de la misma), otros tres habían sido capturados vivos y vendidos como esclavos, dos mas al parecer habían muerto de sed y hambre en el desierto(eso es lo que le dijeron al visir, pero era rotundamente falso, lo que realmente les mató fueron los mordiscos de las fieras), y el único que seguía vivo y libre se había vuelto loco por el sol, y predicaba a favor de una extraña y ridícula teoría llamada democracia.

El visir, afligido por la suerte del mismo, ordeno que le dieran muerte de forma compasiva, ya que no podían salvar su mente, al menos si su alma.

Cualquier otro hombre menos tenaz (y con mayor aprecio a la vida de sus súbditos, pero no se llega a Visir con semejantes remilgos) hubiera desistido de su propósito, pero Daud no. Así que decidió que los diez sabios siguientes, partieran a su vez, pero esta vez acompañado cada uno por una compañía de robustos guardias. Y aunque varios de los sabios mostraron dudas sobre su capacitación para la misión, una breve referencia a la colección de instrumentos de tortura de la escuela de suplicios(sede del mas importante colegio de torturadores del planeta, y orgullo de los Kalifistanies) les convenció rotundamente de que era su deber para la patria el emprender el camino.

Su viaje fue muy distinto al de sus antecesores (distinto para ellos, ahora los que morían a mansalva eran los ladrones y esclavistas), y pudieron recorrer a placer el país, sin otro impedimento que las tormentas de arena, el agua pútrida de los escasos pozos, el sol abrasador y las noches heladas.

Pero...y en toda esta desgraciada historia parece que tiene que existir siempre un pero, lo que faltaba en tan pacifica excursión, eran los lugares de interés. Porque si, el desierto no dejaba de transmitir un cierto sabor a soledad y amplitud(a pesar de la numerosa compañía), pero (si, aquí esta el pero) la monotonía del mismo impedía delimitar la existencia de lugar alguno de interés, al menos que se aplicara el mismo a todo el desierto en su conjunto, lo cual hubiera sido estirar en exceso el termino lugar.

En esos momentos, los sabios, confusos hasta entonces y atemorizados ante la posibilidad de una muerte cruel como la de sus compañeros, tuvieron una revelación. Y cayeron en un temor mas profundo y mortal, al darse cuenta de que si retornaban a palacio con tan escuetas nuevas, el visir, no precisamente conocido por su benevolencia, les daría a todos la oportunidad de disfrutar de una estancia con gastos pagados de duración indeterminada en sus mazmorras.

Espoleados por tal certeza, hicieron frenéticos esfuerzos por hallar, en toda la extensión de Kalifistan, cualquier rincón perdido que, por mínimo que fuera, tuviera algún rasgo distintivo al común denominador de sol, arena y rocas.

Y de pronto, de la nada parecieron surgir pintorescos sitios, el punto mas alto del país (la Roca del elefante, llamada así porque tenia la misma altura que alcanzan los montones de boñigas que dichos paquidermos arrojan en sus deposiciones), las ruinas de un pueblo de los antiguos pobladores de las arenas(los pobladores ahora extintos, tras el paso de una de las compañías de soldados por el pueblo, de ahí las ruinas), o, y aquí por fin entra en la historia Karteyena, el punto mas bajo del país.

Provistos de tan abundantes recursos turísticos, a los que había que unir los existentes, y aquí no se dejaban llevar por el amor a su ciudad, en la capital , Morolabad(la nombrada escuela de suplicios, los distintos lugares de publica ejecución distribuidos generosamente a lo largo de calles y plazas, las tumbas y cementerios de todo los estilos y niveles económicos que abarrotaban los subterráneos, el mercado de esclavos, los celebres burdeles rojos, donde podían matarte en diez idiomas y pegarte una infección en treinta...si, la ciudad estaba plagada de prodigios, y sus habitantes se sabían afortunados con vivir allí...lo cual es lógico, dado que lo mas normal era morir allí) los sabios regresaron ufanos a la metrópoli, y presentaron los resultados ante el visir.

Este, en pleno ataque de gota debido a ciertos pequeños excesos alimenticios en sus últimos banquetes( el presumía que no debía haber mezclado el elefante relleno de buey con el oso al aroma de mofeta, sobre todo tras la ballena en salsa de delfines), no estaba demasiado de humor en esos momentos, así que sin mirar apenas los documentos, firmó una orden para hacer proteger todos los lugares turísticos por una pequeña guardia permanente, hecho lo cual hizo despedir a los eruditos con la mano extendida(las de los guardias, a base de sopapos) y siguió rumiando su dolor, solo, entre los 200 miembros de su corte.

Y aquí, por uno de esos guiños del destino que cambian la historia con tanta frecuencia, se produjo una situación inesperada, que provocó que, por un lado se le quitara el dolor, de manera permanente, y por el otro que fuera la última decisión de su mandato.

El viejo sultán murió esa misma noche, victima de un suelo(al que fue arrojado desde un tercer piso por un marido cornudo poco agradecido por la real cornamenta), y, como no tenia descendencia directa, la corona paso a una lejana heredera, la princesa Anandryne, cuyo primer gesto en el trono fue ascender al visir, colgado del extremo de una cuerda, eso si.

La sultana paso a la historia de Kafilistan como Ana la sanguinaria(no por su extrema crueldad, que en una población como Morolabad no seria demasiado novedoso, sino por su gusto descomunal por las morcillas) y poco mas de ella se cuenta(algo normal, porque el castigo para los que hacían correr rumores en su reinado era cortarles la lengua, en primera instancia, si seguían hablando, cosa alto difícil, se les castraba, castigo, no se sabe muy bien porque, que era de real agrado) ,mas...a pesar de la deserción del visir, la nueva soberana no hizo desaparecer a su vez las resoluciones tomadas por el mismo, que prosiguieron su largo curso burocrático por los enrevesados callejones de la cancilleria real... hasta que un día, varias décadas después(despacio pero seguro, era el lema de la administración Kalifistana, al menos que existiera un jugoso donativo de por medio claro) se publico un edicto por el que se establecían una serie de pequeños puestos de vigilancia que protegerían las principales riquezas turísticas del reino.

Y así fue como desde hace uno lustros, Kartayena vio como su tranquilidad eterna quedaba interrumpida con la presencia de la numerosa soldadesca.

El que en 17 años ni un solo viajero hubiera osado acercarse a jodido hoyo de mierda (el nombre que ahora la guarnición le daba de manera oficiosa al lugar) no disuadió a las autoridades en sus propósitos, paciencia era el lema nacional de los kalifistanies (la versión completa decía mas bien “con paciencia y saliva el elefante se la metió a la hormiga”). No era cosa de estropear una buena idea porque la realidad se obstinara en su contra, ya se enteraría esa maldita realidad cuando la pillaran…

Debemos despedirnos ya de Kartayena y sus habitantes. Ezbed, el solitario soldado que abría este relato, seguía mirando ciegamente hacia el acantilado, aunque mentalmente estaba a muchas leguas de allí, como casi siempre, tenia tantos pájaros en la cabeza que se le había puesto forma de nido, decía su madre.

Meditaba observando al horizonte(que como hemos dicho, en Kartayena era bastante limitado), mientras hacia guardia(nunca, a pesar de lo mucho que había meditado, había encontrado sentido a guardar algo como Kartayena, ¿qué iban a hacer, llevarse el agujero, taparlo?¿y quien era lo suficientemente estupido para interesarse por este maldito agujero?) en su turno de vigilancia, vestido con el uniforme habitual en dicho puesto, algo mas distendido que el normal en lugares mas civilizados y frescos(uniforme que consistía en esos instantes, en un taparrabo que casi dejaba adivinar ciertos contornos, y un pañuelo que le cubría la testa, protegiéndolo de los rayos solares). Y hoy tenían suerte, era un día mas agradable y refrescante que de costumbre, apenas debían estar a 39 grados, calculaba aliviado.

Ayer, tras meses de aburrimiento, había sucedido por fin algo que recordar. Una patrulla había atrapado a dos de los nómadas de Kalifistan, sorprendidos en flagrante delito (que era como eufemísticamente se conocía en el país a las relaciones del tipo soplanucas-comealmohadas). Con su ejecución inmediata, la población de los nómadas del desierto se había reducido a una sola unidad…el mudo.

Desde que conoció la noticia, Ezbed le seguía dando vueltas a la cabeza, ¿si el único hablante que quedaba de un idioma era mudo, se le podía llamar ya lengua muerta?

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